jueves, 16 de abril de 2015

ANTONIO GRAC ÍA CHAVES DESCANSA EN PAZ



No solo ha muerto el más influyente ejemplo de mi juventud, sino el último irreductible de una generación moldeada en el servicio a los demás, que es lo que entendía por la Patria común: el pueblo diverso fundido por una historia compartida, resultante de sus momentos de gloria tanto como por sus episodios de miseria.
Mi admirado amigo Antonio García Chaves, que hoy ha muerto, fue un hombre que, como se hizo a sí mismo, tenía todo el derecho a rechazar las tentaciones para que    acomodara su forma de ser a la de los que coyunturalmente marcaban la conveniencia de plegarse a su forma de entender la vida.
Fue un ascético rebelde: como Luzbel se negó a servir a Dios, Antonio Chaves se negó a acomodarse a una forma de entender la vida en la que no creía.
 Perdió la comodidad que se le ofrecía, pero preservó la congruencia que, si la hubiera sacrificado, habría dejado de ser él mismo, para ser un Chaves falso.
En ésta sociedad relativista en la que los derechos tienen más valor que las obligaciones, Antonio García Chaves fue un desterrado en su Patria, un paria para las castas que prefieren el rebaño sumiso a la persona rebelde, el grupo amorfo al individuo diferenciado.
Por su insumisión fue castigado a la soledad en vida. En el recuerdo, que es lo que su muerte no puede robarnos, Antonio García Chaves, mi maestro y amigo, sigue siendo ejemplo de honestidad, bonhomía, congruencia y servicio a los demás en lugar de servirse de los otros.
El Dios en el que tan instintivamente creía le ha asignado ya la tarea de maestro, ejemplo de sus amigos y protector de su familia que tan cumplidamente ejerció en vida.
Dios, deber, servicio y familia, los motores que impulsaron su vida. Ya descansa en la paz que tan bien supo ganarse.

LA INJUSTA IGUALDAD



Si alguien propone algo que  otro no acepta es porque no  comprende su conveniencia ni la posibilidad de hacer realidad la propuesta.
Un suponer: eso de las rentas sociales universales que los partidos de izquierda se obstinan en proponer.
¿Cómo es posible que a los que dicen que defienden al trabajador, la mayor genialidad que se les ocurra sea desestimular el trabajo, medio tradicional de ganarse uno la vida?
Hay una explicación, aunque desacabellada: que políticos de izquierdas y sindicalistas viven tan bien sin dar un palo al agua que, en un rapto de enajenación altruista, quieran que todos vivan su vida birlonga
La justicia social es la obsesión que, junto a la de defender al trabajador, motiva a los partidos que se reconocen de izquierdas pero, ¿no es injusto que los pocos que trabajan costeen a los que muchos que no necesiten trabajar para vivir?
Y, ¿por qué los sindicatos defienden esa renta disuasora del trabajo, si se proclaman abogados de los trabajadores y no de los que no necesitan trabajar?
Puede que hayan llegado los sindicalistas a la conclusión de que, agotada su credibilidad como abogados de los trabajadores, ha llegado el momento de defender a los que no necesitan trabajar.
Hay una solución: que los políticos de izquierdas y sus compinches sindicales no cobren ni un duro del Estado—que representa tanto a los muchos que no trabajan como a los pocos que lo hacen--y se declaren neutrales en esa lucha social.
Para ello, el Estado debería defender exclusivamente a los que con sus impuestos pagan la burocracia estatal y el coste de los servicios que el Estado presta, y que los sindicatos y los políticos de izquierdas cobren de los perceptores de de las rentas sociales universales.
¿No sería esa una medida de justicia social auténtica? Por lo menos, mucho más justa que esta de que los que paguen más impuestos gocen de los mismos derechos en el disfrute de servicios que los que no pagan o pagan menos por ellos.