lunes, 20 de abril de 2015

SAETAS Y SEVILLANAS



Dicen que Andalucía es Sevilla y como toda mentira se hace verdad a fuerza de repetirla, puede que también sea verdad en éste caso: una parte del todo es igual que la totalidad en su conjunto.
Y Sevilla, que según los sevillanos es el alma y el cerebro de Andalucía, empalma la holganza del llanto y las procesiones de la Semana Santa recién terminadas con la juerga y los bailes de las Ferias que hoy empiezan.
Por eso Sevilla y Andalucía no están para lo que no sea lo más importante: mirarse en sí misma para enamorarse de sí misma tanto en el dolor como en la juerga.
Lo mejón der mundo tiene prioridad sobre lo que no lo es y Andalucía y Sevilla son lo mejón der mundo.
Así que, estableciendo un sabio orden de prioridades, lo primero es lo primero y lo demás puede y debe esperar.
Y es lógico, con la lógica de esta sensatez andaluza que, si no llora, no es porque le falten razones para derramar lágrimas sino porque no tiene quien oiga el llanto que, al fin y al cabo no es más que otro espectáculo, absurdo sin espectadores.
Por eso, divertirse y holgar llorando o bailando antecede, en el peculiar orden de prioridades de los andaluces-sevillanos,  a veleidades que a otros pueblos menos sensatos les preocuparían.
Gente menos cabales que los andaluces pospondrían la diversión a la solución de menesteres secundarios como formar el gobierno que no hay, para que resuelva lo que creen otros que son contratiempos inaplazables: reducir el paro, maquillar la corrupción administrativa, elevar la calidad de la educación, administrar con rigor los recursos sanitarios y otros pasatiempos.
Todo eso, dicen los forasteros que no saben vivir como los andaluces, quitaría dolor a los dolores de la semana santa y añadiría placer a los disfrutes de la Feria.
A los sevillanos-andaluces van a irles con cuentos los que no son andaluces ni sevillanos…
Si no hubiera paro ni corrupción, ¿para que necesitarían las semanas santas o las ferias?
Porque es en esas ocasiones en las que mejor se mitiga el dolor al compartirlo  y mejor se olvidan las preocupaciones diarias, anestesiándolas con el ruido enajenante y el vino medicinal.