Los políticos
de Europa están considerando una decisión radical para frenar la emigración
desde el norte de África: hundir las frágiles pateras en las que, los que lo
consiguen, atraviesan el Mediterráneo.
Lo que no se
ve no existe y, con el hundimiento de las pateras, deja de existir el inhumano
espectáculo de los ahogados por encontrar donde lo hay lo que necesitan.
Porque lo
emigrantes africanos vienen a Europa a buscar lo que, por lo que ven en
televisión y les dicen sus compatriotas que lo lograron, existe en Europa:
comida, trabajo, asistencia sanitaria, acceso a la educación y libertad.
Nada de eso lo
tienen en sus países de origen y, los que se deciden a emigrar a Europa, lo
hacen convencidos de que merece arriesgar la vida miserable a la que están condenados
por realizar el sueño que los libere.
Con la chapuza
de solución al problema que consiste en hundir sus precarios medios de
transporte, los políticos europeos defienden el interés de sus electores,
contrarios a los de los que los ponen en peligro.
Porque los
emigrantes africanos aceptan trabajos en Europa que los trabajadores sindicados
europeos eluden, y lo hacen tan bien o mejor que los exigentes nativos.
Siempre han
vivido los europeos mejor que los africanos, pero hasta que la televisión y otros
medios de información se han universalizado, no se habían enterado.
Conseguir que
vuelvan a la ignorancia de lo que existe lejos de sus aldeas y poblados es un
casi imposible método para frenar su molesta emigración a Europa.
Otro, tan
imposible como el anterior, es hacer retroceder el tiempo hasta el anterior al
de las indiscriminadas independencias concedidas por las potencias coloniales
hace cincuenta años.
Fue aquél
interesado engaño de los colonialistas industriales el origen de las actuales
tragedias humanas.
Argumentaron
para aquella triquiñuela la justicia de que los africanos sometidos a la tutela
de las colonias, que todos los hombres sin consideración a su grado de
evolución social, son dueños de sus destinos y de sus recursos.
Pero las
autoridades coloniales dejaron en manos de caciques, manejables mediante la
corrupción, la administración de los recursos de las tierras independizadas.
Parecía que
todo había cambiado para que todo siguiera igual: las mismas potencias
industriales que les dieron la independencia siguen controlando, bajo la
tapadera de sus caciques apoderados, la explotación de los recursos africanos y
beneficiándose de sus plusvalías.
Eso sí: ahora
no explotan África los gobiernos de las potencias administradoras, sino los
testaferros nativos que los representan.