Como dicen que
sentenció El Guerra cuando le presentaron a un señor que era licenciado en
Filosofía y Letras, “hay gente pa tó”.
Hasta para irse
a la fin del mundo, nada menos que a Natal para jugarse la vida, si falta hiciera, con tal de subir andando un
cerro cualquiera de los muchos que tiene por allí la cordillera del Himalaya.
Los periódicos
y las radiotelevisoras dicen que se busca a 150 españoles que coincidieron allí
con el momento en que un terremoto inoportuno convirtió su excursión campestre
en aventura peligrosa.
Para que digan
que los descendientes de aquella raza que se jugaba la vida por ensanchar
fronteras para llevar la civilización y la cruz a pueblos ignotos han
desaparecido.
Los
aburguesados, subvencionados y timoratos españoles actuales, que se horrorizan
ante la posibilidad de exponer sus vidas para defender a su Patria para
librarla de una agresión extranjera, no dudan al jugársela para subir a un
cerro o bajar a una cueva extranjera.
Y, como sarna
con gusto no pica, son libres de hacerlo pero deberían afrontar por sí mismos
las consecuencias de su propia decisión y, si
les sobreviniera picazón, que la alivien por sí mismos, sin esperar que
otros se la rasquen.