Hay días
primaverales que, en vez de alegres y esperanzadores como el calendario indica,
parecen del más turbio otoño o del más tenebroso invierno.
Y lo peor es
que la preocupación que se ha sobrepuesto al desenfado de la riente primavera
no se debe a una súbita inversión estacional, sino a la ocurrencia de escuchar
la radio, un aparato para que los solitarios se sientan acompañados y los
taciturnos optimistas.
Y es que la
radio ha dicho esta mañana que el Gobierno de Mariano Rajoy se propone, antes
de disolverse en Septiembre para intentar que le prorroguen el doloroso
privilegio de mandar cuatro años más, aprobar 40 nuevas leyes.
Y ¿qué es una
ley sino un texto legal para prohibir a los que obedecemos el ejercicio de
algún derecho esencial y muchos otros secundarios?
Y es que, para
estos que tanto disfrutan mandando, gobernar es aprobar leyes que limiten
libertades y amplíen prohibiciones.
Eso sí, como
el que hace la ley sabe de antemano cómo recurrir a la trampa para eludirla,
cada día son menos los del gobierno que van a la cárcel y más los obligados a
cumplirlas a los que se castiga.
Con lo
conveniente que sería para las inevitables y numerosas víctimas de esas leyes
que traman no someterse a la amenaza de su tiranía, empecinarse en aprobarlas
es síntoma inequívoco de la maldad intrínseca de los que mandan y sus secuaces.
Un suponer: es
como cualquiera de los numerosos casos de esos parricidas que, después de
asesinar a sus esposas e hijos, se suicidan.
Si se
suicidaran antes de cometer sus crímenes, a nadie ajeno harían daño.
Si Rajoy
disolviera las Cortes antes de aprobar las fatídicas 40 leyes, los ciudadanos
no tendrían que preocuparse por los castigos que su incumplimiento les
acarreará.
Verán cómo no
lo hace porque el principal objetivo de los que mandan es chinchar a los que obedecemos.