Los de la famélica
legión han sufrido un contratiempo: no tenían donde aparcar sus flamantes BMW y
Audi para, ya a píe como antiguamente, sumarse a la masa proletaria en el
desfile ritual del primero de Mayo.
Y es que son
mayoría los liberados sindicales, que viven espléndidamente a costa de los
trabajadores a los que dicen que representan, los que desfilan en la pachanga
ritual del primero de Mayo.
Si fueran
congruentes, deberían manifestarse contra ellos mismos porque, si hay
explotadores de los trabajadores, son ellos y no los empresarios.
Son los
sindicatos y sus secuaces liberados la más evidente confirmación de la teoría
darwiniana de la evolución de las especies: de pedir puestos de trabajo han
pasado a exigir subvenciones para no tener que trabajar.
Hay veces en
que su celo los lleva a romper comercios, talleres o bancos en los que se
trabaja para impedir que lo hagan. Destruyen locales de trabajo para que nadie trabaje.
Y sus orondos
budas permanentes, Cándido Mendez y Tojo (no se sabe si pariente del cerebro
del ataque contra Pearl Habour) pronunciarán discursos tan ocurrentes como cada
año.
Pero que nadie
se escandalice: la vida de los dirigentes sindicales no es siempre tan plácida
y amena como la de los nenúfares de un estanque dorado: si la manifestación del
primero de Mayo se prolonga, perderán tiempo de asueto en balnearios y playas.
Sobre todo si,
una vez arranquen el motor de sus BMW y Audis, se topan con los atascos en las
carreteras de otros trabajadores que, como no asistieron a la manifestación,
salieron antes hacia playas y montañas.