La cosa tiene
intríngulis: o Andalucía no es tan feraz como se dice o el pollino es menos
frugal de lo que la fama lo pinta: hace menos de dos semanas que lo echaron a
votazos y ya vuelve el burro al trigo.
Si en vez de
asno fuera cabra, que dicen que arranca de raiz la hierba, ese rucio insaciable
que por muchos votos que devore siempre se queda con hambre, ya habría
convertido la siempre verde Andalucía en un desolado Sahara.
Lo mismo que
la cocina de los pueblos pobres se las ingenia para transformar en exquisiteces
los más ruines despojos, Andalucía transmuta en virtud el vicio de votar.
En eso
andamos: se está sustanciando una propuesta para que cuente como trabajada la jornada electoral, y poderla sumar
así a las necesarias para tener derecho
al Plan de Empleo Rural (PER).
Sería un
factor añadido, pero no determinante, para mantener vivo el anhelo de los
votantes por acudir a las urnas: el motor que echa andar ese impulso es el
sentimiento íntimo de saberse dueño del propio destino y del de los candidatos.
El que vaya a
mandar lo hará porque el votante lo ha votado
y si, como siempre su acción de gobierno lo defrauda, será porque el candidato
lo engañó y no porque como votante se equivocó al preferirlo.
Ahora, después
de que todavía queda el regusto de las elecciones para el parlamento andaluz,
los andaluces afilan sus dientes para las de alcaldes y concejales.
Los
andaluces están siempre dispuestos a votar,
como exhortaba la canción de El Rey León. Al fin y al cabo, eso de votar es
entretenido y no cuesta nada.