lunes, 11 de mayo de 2015

LA CONVERSION DE RAUL CASTRO



El viejo Raul Castro no tiene remedio: a pesar de ser hijo de explotadores, hizo una revolución libertadora, se proclamó comunista aunque provocó artificialmente las condiciones revolucionarias donde no existían y ahora dice que volverá a ser católico porque le gusta el jefe del catolicismo.
Es como el telespectador que compra lo que no necesita, únicamente porque lo atrae el talle de la anuncianta.
¿Qué hará si el Papa que suceda al de ahora dice lo que a Raul Castro no le guste oir?
Parece como si al segundo de la dinastía dictatorial cubana de los Castro lo impulsara más la energía telúrica de los cañaverales de la finca de su padre que la inflexible lucha de clases comunista.
Como las cañas azucareras paternas, se inclina astutamente en la dirección en que soplen los vientos huracanados caribeños para que no las tronchen.
La fe religiosa de Castro es tan oportunistamente falsa como su ideología política: es una simple herramienta para conservar lo que tiene añadiéndole lo que le falta.
Más que revolucionarios, los Castro han sido y son hábiles manejadores de un maquinón por las estrechas y retorcidas callejuelas de la vieja La Hababa: tuercen a la derecha para evitar la esquina a su izquierda, y a la izquierda para no chocar con la de la derecha.
Todo eso, mientras hacen sonar las maracas y mueven rítmicamente los anchos volantes de las mangas de sus brazos, como si estuvieran actuando en el Tropicana.
Porque eso sí que sí: Raul, como su hermano Fidel, es un espectáculo entretenido para los turistas.