No está uno
para exigir que Albert Rivera explique por qué da la tabarra con que dimita
Manolo Chaves que, por otra parte, no debería tener que dimitir de nada porque
nunca hizo méritos para desempeñar ningún cargo público.
El diablo ata
moscas por el rabo y no me arriesgo a que el mandamás de Ciudadanos me lo
explique, me convenza, y me sienta moralmente obligado a votar a su partido.
Para no
insinuar compromisos como el de echar un papel en una urna, que no estoy
dispuesto a asumir, dejemos en “tengo curiosidad por saber” lo de la inquina de
Rivera contra el ex todo socialista.
La verdad es
que a nadie le amarga un dulce y que, para postre de todo lo mucho malo que los
socialistas han logrado hacer en Andalucía,
sería reconfortante que Chaves se tuviera que dedicar en exclusiva a
administrar el capital que ha juntado sin meter la mano.
Como Albert Rivera
es forastero, hagamos de lazarillo para que vea lo que hay que ver y no mire
hacia donde lo que vea sea solo una repetición de lo mil veces visto:
Si no se ha
dado cuenta ya, desmontar la intrincada e ilegal administración paralela que
los Chaves socialistas han montado en Andalucía debería ser la primera
condición del jefe de Ciudadanos para saludar a la jefa de los socialistas,
Susana Díaz.
Después, y como
consecuencia de lo primero, hacerla comprender que sus correligionarios de
partido no son la Divina Garza, sino pájaros de cuenta que, en cuanto se te
olvida espantarlos, se comen el trigal ajeno.
Aclararle que,
cuando uno comete el error de convocar elecciones innecesarias, es quien las
haya convocado quien tiene que pagar el pato y no quienes, bajo protesta,
compitieron con su partido.
No estaría de
más que le recordara que quien ejerce las competencias estatutarias para
gestionar servicios públicos es el responsable de la mala gestión y que culpar
a quien no las tenga es salir por peteneras.
Si sigue
insistiendo en conformarse con la anécdota de Chaves, mal nos lo va a poner a
los andaluces el Albert Rivera que no lo es.
Como el tango “Volver” de Gardel decía:
“Yo adivino el
parpadeo
de las luces
que a lo lejos
van marcando
mi retorno.
Son las mismas
que alumbraron
con sus
pálidos reflejos
hondas horas
de dolor.