Que
nadie precipite su condena a Albert Rivera porque diga que los viejos, que como todo el mundo sabe no servimos para
nada, menos aún valemos para la sublime ocupación de la política.
No
es esa una idea innovadora la del joven político catalán, sino solo la primera
parte de su proyecto de utilización racional de los recursos nacionales,
incluidos los humanos.
Porque,
si los viejos no sirven para la política, ¿en qué se les puede utilizar?
Sin
duda Rivera, que es hombre ilustrado pese a su pasajera juventud, conoce la
leyenda de la Isla del Moro, enclavada en el Océano Indico, y en la que predicó
sin mucho éxito San Francisco Javier.
Si
ha copiado la política de aquellos isleños para la tercera edad, ya sabemos lo
que nos espera a los viejos: cuando ya no sirvamos más que de alimento,
nuestros hijos harán una barbacoa con nuestras correosas carnes, que
compartirán con los amigos de su edad.
Así
que tome nota el político: si ese es el destino que nos reserva a los viejos,
algún día será su propio destino, aunque sus despojos tendrán que ser sazonados
con abundante sal para que no sepan insípidos.
A
los viejos, que como no servimos para nada solo nos queda desear buen provecho
a los comensales de nuestro propio banquete, nos queda una última obligación en
lo que nos reste de vida:
No
esforzarnos, no hacer nada, huir del deporte, comer abundante y regaladamente
para que, cuando los jóvenes de la edad que tiene ahora Rivera, se pongan como
el kilo y lancen sonoros regüeldos