No es España
un país al que le siente bien la bipolaridad porque siempre (moros o
cristianos, partidarios del candidato francés o del aspirante austríaco, carlistas
o isabelinos, conservadores o liberales, frente popular o coalición de derechas) se acaba en guerra civil.
Asusta, por
eso, que el secretario general socialista Pedro Sanchez, para justificar anoche
el fracaso electoral de su partido, dijera que los resultados demostraban que
era la principal fuerza de izquierdas.
La última vez
que esa bipolaridad nacional hizo saltar por los aires la paz de España provocó
un millón de muertos de la coalición de izquierdas llamada frente popular y de la alianza
militar-acomodada capitaneada por Franco.
Si las mitades
opuestas de una sociedad se enzarzan, no hay lugar para los neutrales: es
enemigo al que hay que exterminar todo el que no colabore en ese exterminio.
Todas las declaraciones
que he oído a los dirigentes socialistas cuando interpretaban el resultado de
las elecciones de ayer sugerían que aspiran a resucitar la condición bipolar
que la Constitución de 1978 intentó eliminar.
Lo hizo
facilitando que la sociedad española se fragmentara en tantos partidos políticos
que dificultara su concentración en dos mitades opuestas.
Pedro Sanchez
y Susana Diaz, dos de los socialistas a los que he oído la aspiración de que su
partido encabece a los grupos de izquierdas que se presentaron a las elecciones
municipales señalaron implícitamente al adversario común de sus coaligados: la
derecha.
Poco dura la
paz en España. Menos que la alegría en la casa de un pobre.