viernes, 5 de junio de 2015

LA TORTILLA FRANCESA



Si lo televisaran, desplazaría a los multivistos programas en los que todos se despedazan a todos y, en vez de salvarse, se empozoñan.
Hablo, naturalmente, de las reuniones de pillos en las que, con el sigilo obligado para que no se sepa de lo que hablan (el que teme algo debe), se reparten el pastel.
Si no quieren que la gente sepa de lo que hablan (aunque admiten que urden pactos para gobernar a la gente) será que temen que la gente se entere de lo que traman a sus espaldas.
Celebran sus tenebrosas reuniones en luminosos reservados de finos hoteles y restaurantes en los que dicen que comen tortillas francesas y pescados a la plancha.
Esa supuesta frugalidad los delata como futuros pésimos administradores de los bienes públicos: es innecesario un escenario tan ostentoso para un menú tan frugal.
Si las cosas en España fueran como deberían ser y no como son, la policía debería haber intervenido, detener a los comensales y, después de ponerles la mano en el pescuezo para que no se golpearan la cabeza al entrar en el coche celular, llevarlos a declarar.
--“Oiga, uste”, protestará el inevitable secuaz de los detenidos, “¿ y de qué los iban a acusar al detenerlos?”
--“De tráfico ilícito de personas, porque tramaban que a los ciudadanos de una ciudad o comunidad autónoma los administre uno de ellos, a cambio de que a los de otras ciudades o comunidades autónomas los administre el otro”