Si yo fuera
argentino, que por mucho que lo intente no lo consigo, diría que esta España es
peor que un quilombo sin cafiche: un
quilombo con casi tantos cafiches como protegidas dedicadas a sacarle la
guita a los paganos.
Tan poco
eficiente había llegado a ser el quilombo que los cafiches han llegado a la
conclusión de que, para que el negocio prospere, necesitan aliarse todos contra
el que, hasta ahora, controlaba el mayor número de inquilinas.
O todos contra
uno, o el quilombo se va para la miércoles.
Y, confían, el
negocio saldrá ganando porque los cabritos saldrán perdiendo.
Se acabará la
competencia en tarifas y aberraciones especiales que, hasta ahora, obligaba a esmerarse a las
internas.
Desde ahora,
la sociedad limitada de la asociación de alcahuetes será la que establezca el
servicio único y fije el costo por disfrutarlo.
Casi todos los
visitantes habituales de la hasta ahora popular casa de relajo saben que
saldrán perdiendo pero, como eso es lo que hay, se achantan y seguirán frecuentando el negocito.
Sólo han
aplaudido el arreglo las varias asociaciones promotoras de las buenas
costumbres que, hasta ahora, habían intentado sin éxito cerrar el lupanar.
Pero se dice
que será una alegría pasajera porque una multinacional con recursos económicos
y conexiones financieras y políticas fuera del barrio están buscando un local
que restablecerá la libertad de ofertas y tarifas.
Así, el barrio
tendrá otra vez un local que sea de verdad un quilombo, y no un campo de
concentración en el que unas máquinas con apariencia humana alivien a los
paganos.