(La envidia es
una virtud y no un vicio porque es el principal estímulo que acicata al ser
humano a igualarse con el que tiene más y carece de menos. Envidio a todos los
que no sean yo y, particularmente, a Rubén Darío del que me gustaría poseer la
sonoridad de su rima, la música de sus versos. Esta es una mala imitación de
los primeros versos de su Marcha Triunfal”)
¡Tenemos
alcalde, tenemos alcalde!
¡Se ha acabado
el truhán gitaneo!
¡Ya tienen
chofer y coche de balde!
¡Ya chocan las
copas y comen mariscos con gran cachondeo!
Ya ha vuelto
el reparto de cargos a aquel que respalde.
Al líder
glorioso, al partido triunfante en duro torneo.
Ya suena la
maza rotunda que abre el plenario de los elegidos
Ya tose y
aclara la voz el señor alcalde.
Un silencio espeso
apaga los gritos. Palmas de contento,
o silencios
fúnebres, cual fríos puñales,
siguen a los
nombres de los concejales.
En la calle
desierta, dos pisos abajo,
no hay chusma
ni pueblo, ni perros ni gatos
que el pleno
celebren. No truenan cohetes ni se oyen silbatos
de los que
solo del trabajo, como siempre ha sido,
dan pan y
cobijo a sus familiares, lejos del ruido.
No pierden ni
ganan con los que el alcalde
ha encargado
el castigo o premio de los sometidos.
El que no lo
aplauda, salude o respalde,
pagará tasas,
impuestos, multas y sanciones.
a los que
manden y deciden sus tribulaciones.