Desde hace una
semana y hasta dentro de otras 15 o 20, los que por vicio o por oficio (como en
el sórdido e irresistible mundo sexual) nos dedicamos a explicar por qué pasa
lo que pasa, diremos tonterías que pasarán por verdades como puños.
Y, como es lógico,
a nadie se le ha ocurrido lo evidente para que se entienda lo que ayer acabó de
pasar: que los que criticaban lo mal que lo han hecho los que mandaban son los
que mandarán en adelante.
Como la edad
me ha hecho no más sabio, sino más cínico, me parece que lo que es ha sido
porque:
a) a los
pueblos, que es como se llama a la informe suma de los individuos que integran
la masa, los mueve más el sentimiento que la razón.
b) que el
sentimiento de culpabilizar a otro de los fracasos propios es más tentador que
el de reconocer la culpa propia.
c) que si hay
culpable hasta de que no llueva, el gobierno es el chivo expiatorio más a mano.
d) que al pueblo
no lo mueven los poetas que invocan la belleza, como dijo el poeta José Antonio
Primo de Rivera, sino los rencorosos que excitan la revancha.
Y eso es lo
que hay, por lo menos lo que explica que haya pasado lo que ha pasado.
¿Cómo se le
puede ocurrir a la nadie la pendejada de proclamar que ha conseguido que se
viva mejor, si nadie estará nunca satisfecho de lo bien que vive?
Todos nos
miramos en el espejo del que vive mejor que nosotros, culpable evidente de que
lo pasemos peor.
Consejo a
aspirantes a gobernar: fomenten el rencor, la envidia y la maledicencia contra
el que mande y, una vez consigan el poder, sobornen con cargos, subvenciones y otras
regalías al mayor número posible de gente, para garantizarse sus fidelidades.
Y a esas cosas
abstractas como pais, patria, pueblo y otras zarandajas jubílenlas de su
vocabulario.