viernes, 10 de julio de 2015

LA CALOR



Si en sus tiempos hubiera funcionado la televisión, Noé habría sido el más certero hombre del tiempo. Nunca fallaría al pronosticar los períodos de lluvia.
¿Y para hablar del calor? Contratarían a alguien de mi pueblo, Palma del Río.
Y es que el conocimiento empírico, que se adquiere por experiencia propia, es más atinado que el teórico, “que permite descubrir en el objeto de investigación las relaciones esenciales y las cualidades fundamentales, no detectables de manera sensoperceptual”. (Google dixit)
Hablando en plata, que el conocimiento teórico es acertado si el pronóstico se cumple pero, si falla, hay infinitos factores para explicar el error.
El calor, o la calor si es insoportable y se feminiza el fenómeno para denigrarlo en un rasgo de machismo, los teóricos lo miden en grados Celsius en todas partes, menos en Estados Unidos que, como son americanos, lo hacen en grados Fahrenheit.
En Palma del Río, por conocimiento empírico, se sabe que, muy poco después de maldecir el frío llega el calor y, casi sin darse uno cuenta, le cae encima la calor, ese vapor viscoso casi sólido que acentúa la natural indolencia.
Para sobrevivir a la calor y al frío, curiosamente, los de Palma del Rio usan la misma fórmula: no salir de casa. En verano, por los revividores alientos de ventiladores y aires acondicionados y, en invierno, confortados por la cálida caricia de las bombas de calor y los calefactores.
Si algún insensato rompe esa regla  y asoma la nariz fuera del recinto seguro de su vivienda, comprueba que no ha merecido la pena correr el temerario riesgo: las calles siguen desiertas tanto en verano como en invierno y los edificios tan inmutables en invierno como en verano.