miércoles, 29 de julio de 2015

CECIL, EL LEON QUE CREÝO MORIR LIBRE



LA MUERTE DEL LEON


Anda desde hace días de boca en boca y de periódico en televisión la inesperada muerte gloriosa de un viejo león, reducido desde hacía años a engañar a los turistas haciéndoles creer que todavía era lo que desde hacía tiempo habías dejado de ser.
A “Cecil”, el viejo león de Zimbabwe, lo mató la flecha del dentista de Bloomington Walter James Palmer, previo pago de 50.000 dólares a las autoridades locales por permitirle abatirlo.
Cecil murió como un león de verdad aunque hacía ya años que había dejado de serlo. Desde que le implantaron bajo la piel que tapaba su melena un chip electrónico para que la gloriosa libertad de los de su raza quedara en libertad vigilada.
La libertad de Cecil era falsa, tan postiza como el riesgo de cazarlo del que después podría alardear el dentista.
Ya no hay leones que como el Camborio anden por el monte solos, ni cazadores que arriesguen su vida al matar para comer.
Cecil, el único honrado de ésta historieta de pillos y tunantes, de falsificadores de mitos y de heroísmos con póliza de seguros es el bueno del lance chusco del episodio de las sabanas de Zimbabwe.
El león, el único que ignoraba que la escenificación de su muerte había sido predeterminada, murió no como el león electrónicamente controlado en que lo habían convertido sino como él león libre que creía ser.
Todos los que intervinieron en su muerte sabían que mataban a un símbolo de la libertad desde hace tiempo muerto.
Cecil, el león que ignoraba que había perdido desde hace tiempo su libertad, pudo morir sintiéndose libre al pagar con su vida un lance desfavorable de la caza.