lunes, 21 de septiembre de 2015

SENTIMIENTOS CATALANES CONTRA INTERESES ESPAÑOLES



Sentimientos contra intereses, repulsa contra conveniencia, instinto contra inteligencia, lo que el corazón dicta contra lo que lo que la razón aconseja.
La pugna de los catalanes independentistas por separarse de España es más que empecinamiento en modificar el mapa político para sacar provecho del nuevo trazado.
Es una nueva batalla de la eterna pugna de la parte animal del hombre, su instinto, contra su componente más noble, su alma inteligente.
Y es en esos términos en los que la disputa se libra: la conveniencia de seguir unidos al que siente diferente, contra el impulso instintivo de alejarse del que representa una amenaza.
Los unionistas argumentan el interés material de continuar formando parte de España, contra el sentimiento de los separatistas de tener que convivir con quienes, por ser distintos. tienen un concepto contrario de lo que es bueno y lo que es malo.
Es como convencer a una de las dos partes de la pareja, que sólo contraería matrimonio si el amor lo forzara a renunciar a la soltería, a que se case para tener un piso de 140 metros cuadrados.
Para que los pueblos y las personas acepten diluir sus diferencias para fundirlas en una vida compartida necesitan seducir y dejarse seducir, renunciar a imponer al otro la virtud propia que al otro le parece vicio y aceptar como equivocaciones intrascendentes lo que durante el noviazgo parecieron afrentas.
En el caso presente, que los catalanes releguen al pasado los desaires que el resto de España pudo haberle hecho a Cataluña y España se olvide de las infidelidades de que acusa a Cataluña.
Pero, por el camino que van, unos esgrimiendo contra España su rapacidad crónica y otros argumentando contra Cataluña su frivolidad de querida cara, el desencuentro será un tabique insalvable para coincidir en el tálamo.
Sería bonito que en las negociaciones prenupciales prevalecieran los afectos sobre los negocios pero el racionalismo español se empeña en hablar de cuartos y la frivolidad catalana en reclamar caricias.
Así no habrá boda que ponga fin a un concubinato tumultuoso que dura ya más de tres siglos.