jueves, 1 de octubre de 2015

¿PODEMOS O CIUDADANOS?



Dos de los más listos de la Humanidad, Santo Tomás de Aquino y Emmanuel Kant, coinciden en que no hay normas objetivas para definir lo que es bello: es bello lo que así le parezca al que lo enjuicie.
Disquisiciones aparte que pueden llegar hasta apreciar belleza en la fealdad demoníaca, está claro que el juicio sobre la bondad, la belleza, la elegancia, el buen gusto o las reglas de comportamiento social son tan variadas como diferentes sean quienes las enjuicien.
¿Comparten opinión sobre el robo los que roban y sus víctimas? ¿Mata en legítima defensa el que se siente víctima del asesinado?
La disputa política, que no es más que una caricatura azucarada de la lucha por la vida, entretiene tanto porque cada espectador se identifica hasta estéticamente con alguno de los contendientes.
¿Y qué es la política sino la pugna entre dos conceptos antagónicos de la belleza, dos versiones opuestas de la bondad, entre el ángel que es demonio para unos y el demonio que es ángel para otros?
¿Por qué era bella la oronda matrona Angélica de Rubens, si las bellas retratadas tres siglos antes eran escurridas de carnes, avaras de curvas?
Porque nada hay tan cambiante como el hombre, que es inmutable en sus fines (comer, reproducirse y mandar),  pero voluble en la manera de alcanzar lo que se propone.
Cuando la civilización no lo había pervertido todavía,  el hombre actuaba por instinto y no sopesaba las consecuencias de sus actos.
Las consecuencias desagradables de actos irreflexivos le aconsejaron calcular antes de hacer lo que podría ocurrirle y, a partir de entonces, el mamífero bípedo evolucionó e inventó la política.
La política es el arte humano para garantizarse comer, mandar y perpetuarse, con el menor riesgo posible.
Requiere por eso la adaptación de la conducta propia a la que todavía de forma incipiente se inclinan los demás,  y a mimetizarse en apariencia, gustos y modos con los gustos, modos y apariencias que en un futuro inminente serán los de la mayoría.
Desde que el poder lo consigue el que tiene mayor número de partidarios, el enfrentamiento entre los que mandan y los que aspiran a mandar lo decide el número, no la calidad de los partidarios.
Como en los tiempos en que la fuerza de las armas era decisiva y mandaba el que tuviera más soldados uniformados, también ahora los adversarios visten de manera diferente y hasta tienen conceptos contrarios de la estética.
¿No hay un evidente contraste en la apariencia, las modas y los modos de los dirigentes y seguidores de Podemos y de los de Ciudadanos, las dos organizaciones políticas que pretenden sustituir a socialistas y populares?
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) lleva disfrazado 40 años de  la famélica legión de los que no tienen,  porque los del Partido Popular (PP) tienen demasiado.
Parecen abocados a que los carnivalicen  Podemos  y Ciudadanos, los primeros con un el coletudo de estudiado desaliño indumentario llamado Pablo Iglesias al frente, y los segundos con el formalmente clásico Albert Rivera a la cabeza.
Rivera es un sobrio doctor en algo tan sólido como el Derecho e Iglesias un profesor  de eso tan evanescente y abstracto como es la política.
El que quiera morir de viejo y tranquilamente en su cama que apueste por Rivera.
Al que prefiera la emoción de vivir peligrosamente, de desafiar las reglas de la gravedad,  Iglesias le garantiza lo imprevisto.
Los electores, que para eso son soberanos, tienen derecho a a equivocarse.
Esa es la grandeza de la democracia. Que los ciudadanos no necesitan que los engañen porque cada uno es culpable de su propio error.