jueves, 15 de octubre de 2015

EL BARCO Y LAS RATAS



“The answer is blowing in the wind”  (el soplo del viento trae la respuesta), y no hay que hacer más que salir a descampado, descubrir la cabeza e identificar sin prejuicios si huele a chamusquina o al reconfortante aroma de la tierra mojada.
Y el olor que ahora trae el viento político  es el de la putrefacción de un cadáver  en descomposición.
Si hay que recurrir a símiles clásicos: ¿por qué abandonan las ratas el barco? Naturalmente, porque perciben más peligroso seguir en sus tenebrosas bodegas que afrontar el furor de las olas embravecidas.
Puede que eso explique por qué tantas ratas ilustres se apresuran a saltar por la borda del barco del PP. Han percibido en el soplo del aire que el refugio del Partido Popular es menos seguro que sobrevivir en mar abierto.
Muchos de los náufragos voluntarios caerán en la tentación de encaramarse en el bote salvavidas de Ciudadano. Coitados… que en luso- gallego quiere decir “se van de Guatemala para entrar en Guatepeor”.
Y si les quedan dudas de ese pesimista pronóstico, que se den una vuelta por Andalucía, donde el respaldo de Ciudadanos al PSOE, en vez de traducirse en el ennoblecimiento de un corrupto, es el hasta entonces inmaculado Ciudadanos el que se está corrmpiedndo al contacto con el corrupto PSOE, desde que le facilitó seguir gobernando.
¿Qué hacemos, entonces,  los ciudadanos electores? Rechazar la tramposa oferta de todos los políticos de que, si los votamos, resolverán nuestros problemas.
Para eso, y previamente, tenemos que asumir que solucionar los problemas de cada uno es privilegio y responsabilidad de cada uno y que, si no somos capaces de hacerlo, no estamos capacitados para decidir sobre la solución a las dificultades de todos.
¿Y si, al prescindir de los políticos y de los partidos políticos nos cae encima un dictador?
 No hay problema, porque su solución  la dio en 1598 el padre Juan de Mariana en su tratado “De rege et regis institutione”: el tiranicidio.
Escribió el jesuita: "Pero si el rey atropella el reino, entrega al robo las fortunas públicas y las privadas, y desprecia y vulnera las leyes públicas y la sacrosanta religión; si su soberbia, su arrogancia y su impiedad llegasen hasta insultar a la divinidad misma, entonces no se le debe disimular de ningún modo. Como esto es peligroso, lo mejor sería deliberar sobre lo más conveniente, en grandes reuniones, y después advertirle al príncipe para que se corrigiera, haciéndole la guerra, de no lograrlo y, declarado enemigo público, darle muerte".