viernes, 23 de octubre de 2015

LO DEL CAMBIO DE HORAS



Circula insistentemente el rumor de que el gobierno manda que el inminente fin de semana, no sé si el sábado o el domingo, cambie la hora del reloj a las tres de la madrugada.
Como todo lo que el gobierno manda, es un capricho que a nadie beneficia y a todos perjudica.
Sobre todo a mí que es lo que más me importa.
¿Que por qué?
Porque me suelo acostar a las 24 horas (las doce de la noche) y el gobierno manda que me despierte tres horas más tarde para cambiar la hora y atrasar el reloj para que marque las 02,00.
Como el reloj-despertador que tengo no lo sé manejar porque soy un simple periodista jubilado y no un ingeniero electrónico, para nada que me despierte.
Así que, cuando abra mis legañosos ojos a las diez de ahora, serán las nueve de la mañana, hora del gobierno.
¿Y qué hago hasta las diez y media de ahora (09,30 de a partir del fin de semana), que es cuando desayuno?
¿Le digo yo al gobierno que deje de hacer lo que al gobierno le dé la gana para que haga lo que me dá la gana a mi?
Pues la reciprocidad, como sostenía mi admirado Luis Calvo, es tan imprescindible en las relaciones sexuales como entre gobernantes y gobernados.
Sin reciprocidad no hay parejas bien avenidas ni entendimiento entre mandamases y súbditos.
 Sin consentimiento mutuo, el gobierno se convierte en tiranía y los gobernados en sometidos. Como en tiempos de Franco.

LO QUE VALE UN PEINE



Como buen rojo que es, el socialista Pedro Sánchez ha presentado su proyecto económico, que amenaza aplicar en caso de que presida el próximo gobierno.
Fundamentalmente consiste en detraer fondos de la economía productiva para dedicarlos a la economía burocratizada.
Su objetivo es el habitual de los rojos: cambiar una sociedad de empresas y ciudadanos libres por otra en la que el estado y su burocracia impidan que el distinto esfuerzo, talento, audacia y suerte de cada uno provoque desigualdades sociales.
La fórmula de Sanchez es la de todos los rojos que lo antecedieron en el gobierno de cualquier país, desde la corrupta Unión Soviética a las tiránicas Albania y Corea del Norte: como todo es del gobierno del Partido del Estado, la supervivencia del ciudadano depende del grado de fidelidad al Partido-Gobierno-Estado.
Lo que se produzca será lo que el Partido-Gobierno-Estado decida, no lo que la antigua sociedad libre en una economía libre demande.
Recién inaugurada esta cosa que a los españoles nos han dicho que es la democracia, uno tuvo ocasión de comprobar “in situ” cómo se vivía en bastantes de los países todavía rojos.
En la forzosa comparación, era inevitable llegar a la conclusión de que el franquismo no había sido la tiranía que sus adversarios decían que había sido, ni el socialismo igualitario el paraíso que quienes lo desconocían decían que era.
Cuando formen gobierno, si lo hacen, Pedro Sanchez, Iglesias y otros del mismo pelaje, nos vamos enterar de lo que vale un peine y, ya demasiado tarde, lamentaremos el día que lo compramos.