viernes, 6 de noviembre de 2015

ESTA CEBOLLA LLAMADA TIERRA



Explican los que saben de lo que hablan que ésta Tierra en la que vivimos es como una cebolla: capas superpuestas alrededor del compacto pedúnculo floral que, en el caso del planeta, llaman núcleo.
A una profundidad de entre 250 y 600 kilómrtros de su superficie se localiza la antepenúltima capa de la tierra-cebolla conocida por astenósfera y, por encima de ella y por debajo de la superficie que pisamos, la placa tectónica, escindida en fallas que permanentemente se reacomodan.
Cuando el choque del reajuste es violento, se producen terremotos que pueden, o no, modificar la configuración paisajística del manto en el que vive el hombre.
Pues la cebolla-tierra es como la sociedad humana: su orientación filosófica y política se manifiesta de acuerdo a la violencia del reacomodo que, en sus capas más profundas, la humanidad haya experimentado.
Una de esas trasformaciones la provocó la bomba atómica. Hasta entonces las tensiones acumuladas por la convivencia entre los pueblos tenía como válvula de escape la guerra: si un país o grupo de paises no aguntaban más a otro pais o grupo de paises, se echaban una guerra.
Pero desde que tiraron la primera bomba, los paises siguen guerreando de vez en cuando, pero sólo para aliviar tensiones localizadas con guerras dentro de sus propios territorios, y que no se propaguen a paises que puedan usar la bomba.
Otro disuasor de terremotos sociales ha sido la universalización de la televisión, un instrumento que sirve para que la gente que la vea imite la clase de sociedad que sus programas proponen, no para reflejar la realidad de la sociedad.
¿Y qué sociedad proponen las televisoras? La que fomente el insaciable ansia de consumo de la gente, para que la demanda de satisfactores estimule la habilidad de sus anunciantes para proporcionrselos.
Pan y circo, sexo y turismo, teléfonos que al ponerlos a la venta ya estén anticuados, televisores para que quienes los contemplen no puedan resistir la tentación de comprar lo que anuncian.
Un mundo en el que lo superfluo prevalezca sobre lo necesario, en el que el derecho a tener lo que otros tengan no dependa de que el que no tiene se esfuerce tanto como el que tenga.