miércoles, 11 de noviembre de 2015

EL HOMBRE, ESE DEPREDADOR



Eso de que todos los hombres somos iguales es un simple pensamiento ilusorio, que si lo expresamos en inglés (wishful thinking) suena más convincente.
Además de que sería aburridísimo que todos fuéramos iguales, es mentira afortunadamente. La verdad es que no hay dos personas (humanas, naturalmente) que, por muy gemelas que sean en apariencia física, pueda parecerse más o menos a otra, pero la mala leche mental de cada una es distinta y, a veces, hasta opuesta.
Y, evidentemente y por la similitud física o de pensamiento, la gente puede catalogarse en grupos cuya coincidenca sea más evidente que su discrepancia: altos y bajos, tontos y listos, pensadores y emprendedores, charlatanes o discretos, honrados y políticos.
Son tan diferentes los seres humanos como los que no piensan: los humanos y los otros ocupantes del espacio llamado tierra, sin embargo, pueden englobarse en dos grupos diferentes: depredador y depredado.
El hombre es un depredador sin límites: caza animales, vegetales, atmósfera, paisajes y, preferentemente, a sus congéneres humanos a los que, a veces, hasta se los come para saciar su hambre.
El político es el depredador moderno por antonomasia, aunque ya existiera cuando solo había dos personas en la tierra: Adán y su primera mujer, Lilith.
Argumentó  Lilith que Adán solo quería hacer cochinadas en la posición misionera para dejarlo solo, fané y descangallado, y escaparse para hacerlo con los ángeles malos que satisfacían su ansia de variedad con las variedades más sugestivas.
El hijo Caín de Eva, la segunda mujer de Adán, fue el primer varón radicalmente depredador: dicen que se cargó a su hermano Abel porque Dios prefería los sacrificios de borregos quemados que le hacía, a los de lechugas,tomates y zanahorias que le ofrecía Cain.
Fuentes de toda solvencia sospechan que la verdadera razón fue otra: en aquella sociedad limitada, en la que el incesto no estaba mal visto sino que era obligatorio,les hacían más gracia a Eva el apuesto y agraciado Abel, y hasta el sieso Adán, que el siempre enfurruñado Caín.
Pues a los depredadores de ahora, a los políticos, les pasa lo mismo: Como Abel, prometen a los electores que les darán lo que todos saben que no les pueden dar, y así logran que los voten.
Y, si hay algún político tan tonto que les diga la verdad y no les garantice la falsa promesa que esperan oir para despreocuparse, se lo cargan de un urnazo, la  quijada de burro de los tiempos democráticos.