sábado, 28 de noviembre de 2015

NOSTALGIA Y NIEVE


Allá por las navidades de 1968, una nevada me tuvo sin salir a la calle durante trs o cuatro días. Dicen que nueve meses más tarde, el índice de nacimientos se disparó.
Era el año en que la revolución sexual, ya en marcha, animaba al personal con  carteles colocados  en los postes de todas las farolas con un mensaje pícaro: “Merry christmas and happy 69”.
Por aquél tiempo, en más de una ocasión tuve que quitar la nieve acumulada sobre los coches para verificar cuál era el mio.
Para un fulano que hasta los 10 años no había conocido la nieve, hasta que una rara nevada le permitió comprobar que el plumaje de los patos no era tan blanco como le había parecido, la exótica fascinación de la nieve compensaba las molestias de las nevadas.
Y ahora, cuando he vuelto a donde no nieva, añoro la parsimoniosa solemnidad de los copos al caer para alfombrar de blanco la tierra parda.
Es la nieve como la tentación: acosa más al que ya ha disfrutado el placer de pecar que al que nunca ha tenido ocasión de ser pecador.
Nos gustaría tener lo que otros tienen y nunca hemos tenido, pero ansiamos recuperar lo que tuvimos y ahora no tenemos.
Tenerlo todo al mismo tiempo, saber todo lo que los demás saben, estar en todas partes de forma simultánea, sentir el inmenso alivio del dolor desaparecido sin haberlo sufrido previamente, ser dioses sin la responsabilidad de la divinidad.

El anhelo utópico. El hombre.