miércoles, 30 de marzo de 2016

LOCOS

Se decía antiguamente—y si no se decía debería haberse dicho—que, cuando los dioses se proponían acabar con un mortal, empezaban por turbarle la mente.
Pues estos dioses que desde su Olimpo del Palacio de Congresos nos la tienen jurada a los españoles han empezado a dejarnos tarumbas.
Los que los eligieron ya demostraron al elegirlos que eran proclives a la enajenación mental y los diputados electos parecen confabulados para que acaben en el manicomio.
Porque, en el caso improbable de que lleguen algún día a ponerse de acuerdo y los diputados elijan un gobierno que desgobierne España, ¿ese gobierno durará cuatro años o cuatro años menos los meses que los diputados hayan tardado en elegirlo?
Y los diputados electores, ¿cobrarán su sueldo cada mes de los cuatro años por los que los eligieron, o solo desde que empiecen a ganarse el sueldo, al cumplir su tarea principal que es la de elegir gobierno?
¿Sirven para algo los diputados sin gobierno? ¿Sirve para algo un gobierno sin diputados? ¿Qué falta hacen gobierno y diputados? ¿Se puede vivir sin alguno de los dos o sin ninguno de ellos?
En el caso, más que improbable imposible de que un gobierno o un parlamento hayan servido para algo, ¿por qué cambiarlos cada cuatro años, si el que lo sustituya puede que sea peor?
Preguntas con tantas posibles respuestas contradictorias que, necesariamente, desembocarán en la locura, llamada también enajenación mental.
Tanta maldad solo cabe en el que posea la cualidad de lo infinito, los dioses o los diablos.
Como los dioses, por definición, no pueden hacer el mal al hombre porque significaría que reconocen que se equivocaron al hacer lo que hicieron, la democracia que origina esta confusión general debe ser, necesariamente, obra diabólica porque la razón de ser del Diablo es deshacer lo que Dios hizo.


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