martes, 1 de marzo de 2016

PARAÍSO PERDIDO PARA SIEMPRE

  Me echaron de México en 1975 cuando siendo allí el represenrante de la agencia EFE, al Jefe del Estado Español se le ocurrió matar a hierro a los que a hierro habían matado y el gobierno mexicano quiso obtener notoriedad política expulsando de su territorio a los representantes de empresas españolas.
   Me expulsaron de México sin culpa propia pero cuando  me echaron de la Agencia EFE fue como castigo de mi única y exclusiva respobsabilidad: cumplir 57 años.
Y, ¿cómo me echaron de México y de EFE?
El ministro mexicano de gobernación me ofreció la oportunidad de quedarme allí: “aquí tiene usted su pais y su trabajo”—me dijo—“quédese en México para siempre o hasta que en España hayan cambiado las circustancias políticas”.
Rehusé la oferta, y dijo que comprendía mi decisión de aceptar la expulsión, porque había llegado a México como periodista y quedarme supondría permanecer allí como político.
Era Septiembre y nunca perdí contacto telefónico con las autoridades del pais que me había expulsado: con el jefe de gabinete del ministro que me había comunicado la expulsión negocié el envío de periodistas latinoamericanos de EFE para que cubrieran unos Juegos Latinoamericanos que se iban a celebrar en la capital mexicana.
Los periodistas le llevaron a mi interlocutor unas camisas de Celso García que me había pedido.
En mi exilio español me encargué de la información para el exterior sobre la agonía, muerte y entierro del Caudillo y de aquella tragicomedia de la Marcha Verde, de cuyas tribulaciones informé desde la confortable suite del hotel rabatí La Tour Hassan.
(En lo de Franco, y con el estupor del subdirector de entonces, García Gallego, llamé Dictador al Caudillo, la primera vez que un medio español no clandestino lo hacía).
Muerto Franco y desaparecidas con su muerte las trabas para reanudar las legalmente inexistentes relaciones entre España y México que hasta tiempo más tarde siguió considerando al de la República como único representante de España, la dirección de EFE me pidió que regresara a la capital del pais que me había expulsado tres meses antes.
El presidente mexicano, Luis Echeverría, destacó a Nueva York  para que me dieran una bienvenida anticipada, a su ministro de Información Fausto Zapata y al todopoderoso Emilio Azcárraga, quienes me dieron el primer abrazo mexicano de mi regreso en “La Grenouille” de Manhattan.
El  propio presidente escenificó mi regreso abrazándome desde las escalinatas del edificio de un periódico, ante todos los periodistas mexicanoas invitados al acto.
Hoy sonó mi celular y me preguntó si yo era yo una secretaria a la que le habían encargado que llamara a una lista de desconocidos para ella para qaue asistiéramos a la inauguración de un Museo de EFE, en Madrid.
Soy consciente de la imprescindible necesidad que tiene una agencia de prensa de invertir parte de sus siempre escasos recurrsos en tener un museo.
¿Qué ex comentarista y ahora presidente de una agencia de prensa, que por principio tiene prohibido mezclar informacion y opinion, y todavía más condicionar la informacion con la opinión, ignora la necesidad de un museo?
En definitiva, que después de meditar profundamente durante un segundo la posibilidad de madrugar para subirme a un tren en Palma del Río hasta Córdoba, embarcarme allí en un AVE, sentirme como gallina en corral ajeno entre aves de distinto plumaje del que teníamos los pájaros de mi tiempo, dormir en cama ajena y no en la propia, y rajar de la exótica ocurrencia del museo, mejor me quedo en casa.

Y, además, porque si puedo evitarlo, no vuelvo al Paraíso del que me hayan expulsado. Adán no pudo y yo no quiero.

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