jueves, 1 de septiembre de 2016

LA PROVECHOSA OBEDIENCIA

Un ministro, que compartía con sus tareas administrativa la inevitable exhibición oral de su cinismo, me confidenció que la unanimidad es la culminación de la democracia porque demuestra que, si no hay oposición discrepante, es porque todos coinciden en señalar qué es lo mejor  o lo más veraz.
Ese maestro de prudente cinismo que  era Porfirio Muñoz Ledo lo practicaron todos y cada uno de los muchos grupos parlamentarios en la sesión de investidura.
Hasta los grupos unipersonales en los que un solo diputado representaba a los votantes de su partido fueron seguidores de la doctrina de Don Porfirio (el bueno porque el malo fue un feroz dictador, porque todo dictador que se precie debe ser feroz) que encabezó la larga tiranía del Porfiriato.
Fue la de ayer, pues, una sesión parlamentaria memorable en ésta peculiar democracia que ha sido capaz, en menos de 40 años, de demostrar la ineficacia de su aplicación en política.
¿Hubiera podido algún diputado de alguno de los grupos parlamentarios españoles discrepar con su voto del voto de sus compinches?
Habría podido pero el riesgo que hubiera afrontado al hacerlo le parecía demasiado alto como para correrlo.
¿Lo habrían matado, le hubieran puesto orejas de burro?

Peor, se habría quedado para in eternum sin el acta de diputado que consiguió gracias a su jefe, a cambio de obedecerlo en todo y que le había mandado que ayer  votara “No” , sin preguntarle siquiera si le apetecía abstenerse o, (¡horror!) votar que quería que Mariano Rajoy fuera presidente del gobierno.

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