lunes, 5 de septiembre de 2016

SORIA Y SUS AMIGOS

Si en vez de una sanguijuela social que como jubilado se alimenta del sudor de los que trabajan,   tuviera que seguir sudando para allegar las habichuelas a su puchero, uno se preguntaría: “¿es más importante ser o parecer?”
Las madres, desde la clarividente sabiduría de su experiencia, instaban a la hija que le acababa de confesar que el dinero que aportaba a casa se lo daba un señorito garboso y pinturero,  que nadie supiera nunca que sus amores eran, en realidad, una transacción comercial.
Y las hijas de entonces,  como el ministro Soria ahora, seguian el prudente consejo hasta que un vecino trasnochador viera salir de amanecida al señorito calavera por la ventana del dormitorio de la casta mocita.
Unos llamados papeles de Panamá fueron el vecino trasnochador que descubrió el nombre de Soria entre los que relacionaban a los que, lo que deberían haber estado haciendo en la honesta y burguesa intimidad de su hogar, lo hacían en la voluptuosa compañía de la hasta entonces casta señorita.
Solo meses después de que el señorito Soria fuera sorprendido saltando a la calle desde el dormitorio de su clandestina amante, los amigos de Soria han accedido a su petición de que lo destinen a la abigarrada vecindad del Banco Mundial, donde es más probable repetir sus ligerezas morales que en las recoletas calles de su pueblo.
En menudo lio ha metido el Soria del cuento a sus amigos.
Ha puesto a prueba su amistad y, como el que tiene un amigo tiene un tesoro, sus amigos han decidido mantener esa estrecha relación con Soria, aun a costa de que al hacerlo susciten dudas sobre su propia honestidad.

Para eso, y para más, están los amigos

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