Cuando el propietario de un
negocio de venta al público percibe que está perdiendo clientela recurre a un
ardid ya rutinario por repetitivo: organiza una rebaja para que el comprador se
lleve el mismo artículo por menos dinero.
Este papa que nos llegó de la
Pampa y que tan bien se mimetizaba con aquel paisaje ha debido percibir que los
clientes de su religión son cada vez más reacios a acudir a sus servicios y,
para recuperarlos, ha rebajado el precio de lo que vende.
La Iglesia católica, como nadie
ignora, vende su asesoramiento y guía para que, cuando llegue el día que
inevitablemente nos llega a todos, tengas plaza reservada en ese resort que es
el cielo.
En su última campaña para
conservar clientes tradicionales y atraer a nuevos, el jefe argentino de la iglesia
universal ha decidido que sus dependientes no rechacen de plano a los que
aspiren a alojarse en el cielo, aunque hayan intervenido en un aborto.
Se castigaba especialmente el
aborto porque, al impedir que alguien naciera, se renunciaba a que el que iba a
nacer y sus milmillonarios descendientes potenciales fueran alguna vez clientes
de los sucesores del Papa.
El perdón sacramental de los
implicados en la interrupción violenta
de la vida antes de que el nascituro nazca es, por ahora, la última rebaja de la
iglesia católica para aumentar su clientela.
Hay otra empresa del mismo ramo
que la Iglesia en la que manda el Papa, llamada Islamismo, cuyo número de clientes aumenta a ritmo más
acelerado que el de los que pierde la Iglesia Católica.
El éxito lo consigue exigiendo
requisitos cada vez más estrictos para poder comprar plaza en su Paraiso.
Que la competencia por matar a
mientras más gente mejor,(a los indefensos porque carecen de capacidad para
evitarlo o a los que les falta voluntad para defenderse) siga. A ver quien mata
a más.
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