Ha pasado lo
que tenía que pasar, y como prueba ahí tienen lo de la agraciada Inés Arrimada,
la muchacha de cartel con cuya gallarda apariencia el partido Ciudadanos no
necesitaba hacer propaganda de su ideología para que hicieran cola los
aspirantes a adeptos.
Y no ha pasado
más que lo que ya el refranero español había pronosticado: que dos que duermen
en el mismo colchón se vuelven de la misma condición.
Como la vida
demuestra que siempre tiende a empeorar lo que también hubiera podido mejorar,
no ha sido el españolismo de Inés Arrimada el que ha españolizado a su marido sino
que fué el catalanismo del marido de Arrimada el que ha prevalecido en el
contraste.
¿Podría
haberse evitado el desenlace del arriesgado experimento que fue ese matrimonio,
celebrado sin tener en cuenta las sabias leyes de Nuremberg?
Tan avisados
estaban del peligro de unir dispares que, en Septiembre de 1935, el congreso
del Partido Nazi aprobó por unanimidad prohibir a una persona aria casarse o
mantener relaciones extramaritales con otra de raza judía.
No es
necesario detallar, porque todos lo hemos comprobado en las películas sobre la
segunda guerra mundial, lo divinamente que le fue a Alemania con esas leyes.
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