Puede que los
españoles estemos viviendo los momentos más trascendentales de nuestra reciente
historia porque, al comprobar que entre nosotros no hay quien pueda tirar la
primera piedra, nadie se atreverá a apedrearnos.
Me refiero a
los compatriotas de Podemos, esos bichos raros de entre los españoles que
afeaban falta de honestidad a los que no son de su partido.
Gracias a
Dios, el poco tiempo transcurrido desde que empezaron a acusarnos a los demás de
que somos unos sinvergüenzas ha terminado.
En cuanto han
tenido ocasión de quedarse con lo que no es suyo lo han hecho, y se ha acabado
la incómoda situación de que nos hagan sentirnos culpables a los que hemos
tenido antes que ellos la ocasión de robar.
Y es que no
roba el que quiere sino el que puede y los podemitas pueden hacerlo, y lo
hacen, en cuanto los han dejado meter mano en bolsillo ajeno.
Si es consuelo
de tontos el mal de muchos, el mal de todos es reconfortante porque nadie se da
cuenta de que es manco si a todos nos falta un brazo.
Y los de
Podemos, que presumían de que eran los únicos políticos españoles honrados, en
cuanto han tenido ocasión robar lo han hecho.
Porque, ¿qué
es la honestidad, al fin y al cabo? La condición pasajera que acaba en cuanto
se presenta la ocasión propicia para ser un sinvergüenza.
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