martes, 13 de diciembre de 2016

LA PUBLICIDAD

Esto de la publicidad es muy parecido a aquello de las esperanzas cortesanas porque, si caes en la tentación de creértela, acabas indefectiblemente con el pelo encanecido, o en la cárcel si eres ambicioso.
Y es que estaba uno esta mañana como todas las mañanas  sin hacer nada de provecho, cuando sonó “España Cañi” en mi celular, indicio de que alguien me estaba llamando.
Por una vez conseguí contestar para enterarme de que me habían tocado 500 euros por una compra que había hecho en unos almacenes que, por haber empezado sus negocios franceses en los cruces de carreteras, se llaman  “Carrefour”.
Con esa agilidad mental que uno todavía conserva--porque la física hace tiempo que la perdió, si es que alguna vez la tuvo,—recordó y respondió diciendo la verdad: que nunca había comprado nada en esos almacenes.
Mano de Santo. La señorita comunicante cortó la comunicación sin despedirse siquiera.
¿Falta de cortesía? ¿Fallo electrónico en la comunicación inalámbrica? ¿Estupor porque alguien era tan raro que no quería ochenta mil pesetas llovidas del pródigo cielo?
No.

Lo que quería la señorita que me llamó por encargo era que mordiera el cebo de los 500 euros que ocultaba el anzuelo, con la esperanza de sacarme diez veces más comprando en su almacén chucherías que no necesito.

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