martes, 6 de diciembre de 2016

LAS CARRERAS PEDESTRES





Por las vetustas calles de mi pueblo en el que los que podían se iban a vivir a Sevilla, los que teníamos que quedarnos recordamos haber visto pasar los borricos en los que los arrieros hacía llegar al que compraba las mercancías que el vendedor les vendía,
Hoy, que ya casi todo lo que se compra se adquiere por Internet y llega en una bolsita que te entrega el repartidor, las calles estaban cortadas.
Los coches de los antiguos peatones y los desaparecidos burros de los arrieros tenían que ceder paso a la fuerza, naturalmente, a unos ciudadanos, gordos unos, y espirituadas otras, que embutidos en aparejos como los de los deportistas de élite que salen en la televisión, corrían con más fatiga que galanura.
Participaban en una carrera atlética por las calles del pueblo si no con el patrocinio, con la colaboración de las autoridades  municipales que movilizaron a sus agentes para que la fiesta transcurriera en paz y sin ningún corredor bajo las ruedas de un automóvil.
La carrera, así, ha servido para comprobar que los agentes municipales tienen piernas, lo que era dudoso porque siempre se les ven montados en sus coches.
Palma del Rio era hoy como Nueva York, la del maratón que cada año convoca a todos los miles de ciudadanos de todo el mundo que quieren llegar a la meta el primero, aun a sabiendas de que solo uno lo logrará.
Bendito ejercicio físico voluntario, sucedáneo del que se practicaba obligatoriamente  con el pico y la azada, y que tenía el propósito de arrimar las habichuelas a la olla.
Ahora las cosas han cambiado: corremos para que los que no lo hacen  envidien la elasticidad de nuestras zancadas, la apuesta cubierta de nuestro esqueleto, el envidiado uniforme de marca con el que corremos.
Esforzarse para parecer, no para lograr sobrevivir,

Una pantomima inútil pero divertida, la palabra clave de la actual existencia.

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