miércoles, 20 de enero de 2016

LA PROCELOSA POLITICA

Hay palabras como proceloso que, sin que se sepa por qué, provocan una fascinación en quien las oye o lee por primera vez, y que perdura a lo largo de la vida, por muy larga que la vida sea.
Es el caso de proceloso-a, que descubrí en mi preadolescencia al leer una novela exótica, “Pequeñeces”, del Padre Mariana.
Es exótico lo que se refiere a algo ajeno y misterioso, como la burguesía confortable y convencionalmente transgresora de mediados del siglo XIX para un niño de la postguerra española de mediados del siglo XX, en la que encontrar cada día el alimento básico era una aventura incierta.
Un suponer: es tan exótico el Nueva York rascacielero para un papú de la selva novaguineana como lo es la cabaña novaguineana de hojas de palma para un rascacielero neoyorquino.
Y es que proceloso se emplea para describir un mar agitado, turbulento, en el que las gigantescas olas encubren escollos traicioneros y arrecifes asesinos.
Un peligro que en mi Palma del Río natal, alejada más de 180 kilómetros del mar más cercano, era inimaginable.
Ahora, en mi caduca vejez, el mar sigue tan alejado como en mi niñez, pero hay un simil de ese mar tenebroso y traidor que amenaza a esta España, aun a la de la meseta manchega: el de la política.
Hay dos clases de pilotos para sortear los escollos traicioneros de ese mar proceloso: los audaces que como Pedro Sanchez arriesgan la seguridad del barco para llegar a puerto y los timoratos que, como Mariano Rajoy, pierden tanto tiempo sondeando los fondos para no encallar que, si llegan a tierra firme, lo harán a destiempo.

“….Y el no llegar da pavor/pues indica que mal tasas./más ay de tí si te pasas/ si te pasas,es peor” (Pedro Muñoz Seca, al que los compinches de Pedro Sánchez quieren quitarle la calle madrileña a la que pusieron su nombre).