miércoles, 2 de marzo de 2016

EL DEBATE

Vamos a ver si somos capaces de decir lo que pensamos: esto de la política es un sucedáneo amariconado de la pelea a palos en la que los antiguos que querían mandar le quitaban el mando a los que estaban mandando.
Como el bla bla y el chui chui dialécticos son aburridamente repetitivos en éstos políticos  porque los ejercicios de oratoria están excluidos en la educación que reciben, el debate de investidura es un monótono croar de sapos.
Excpto en uno de ellos que, como sabe usar la sana ironía y el comedido sarcasmo, parecía de visita en un cónclave reunido para echarlo de entre tanta vulgaridad, por ser el único que no era vulgar.
Me refiero, lo digo citándolo por su nombre para que no haya engaño, a Mariano Rajoy, víctima invitada para que los demás tertulianos le dijeran a la cara que allí no pintaba nada porque no era igual que ellos.
Y no lo es porque, por lo menos, no le hizo perder el tiempo al rey engañándolo, como lo engañó el apuesto y cabeza hueca socialista Pedro Sánchez, haciéndole creer que tenía apoyos suficientes para hacer realidad su sueño fantático de llegar a Presidente del Gobierno.
Y, ¿por qué engañó al rey Sanchez?
Porque, como representante de unos ilusos que sueñan con la imposible igualdad, quiere ser más que los demás: ya sea presidente del gobierno de España, Menomotape de Zimbabue o Tetrarca de Judea.
Pobre Pedro Sánchez, tan desgraciado porque no le gusta ser lo que es y no lo dejan ser lo que le gustaría ser: cualquier cosa diferente y de más rango que lo que ahora está condenado a ser.
“Oiga”—media un espotáneo—“y que se dé con un canto en los dientes por haber llegado a ser secretario general del partido socialista obrero español”.
Pues  dígaselo y verá como hace como si no lo hubiera oído.