Suicida no es
solo el que se mata deliberadamente a sí mismo. También lo es el que, pudiendo
evitar que lo maten, prefiere morir a impedirlo.
Como le ocurre a
ésta indolente sociedad cristiana que, paralizada por la molicie, se niega a admitir
que la belicosa cultura asentada en la religión musulmana se empeña en
matarlos.
La actitud de
cristianos y musulmanes es congruente con los mandatos esenciales de sus
creencias:
Para los
primeros, hay que amar a los ajenos como a uno mismo y, para los musulmanes,
todo el que no asuma como Dios a su particular concepción de Dios es un
blasfemo, que merece morir si no acepta como único Dios al Dios musulmán.
Los individuos
de cada una de las culturas emanadas de sus concepciones divergentes de la
religión son fieles, al llevar la teoría
a la práctica:
Los musulmanes
matan al que se resista a aceptar su verdad y los cristianos se dejan matar mansamente por
los que se empecinan en que apostaten.
Sin un improbable
milagro, el resultado de esa pugna es previsible: los que matan sobrevivirán a
los que se dejan matar.