martes, 29 de marzo de 2016

LAS RANAS

Seis siglos antes de que Cristo naciera ya andaba la gente de entonces como anda la gente de hoy.
Lean, si tienen dudas, lo que escribió un audaz reportero de entonces que, como los de hoy, arriesgaba su vida y su enchufe para contar lo que mereciera la pena ser contado.
Esopo se llamaba—o era el seudónimo con que firmaba—lo que su ingenio y su irrefrenable curiosidad lo forzaban a reportear.
Descubrió que, cerca de unos prados que había en su ciudad, los ranos y ranas de un charco andaban tan alborotados día y noche que su incesante croar de protesta se añadía a la insatisfacción del desorden, el  motivo que provocaba su enfado.
Total, que llegaron a la conclusión de que croaban porque estaban descontentos y estaban descontentos porque croaban.
Por fin llegaron a un acuerdo de mínimos, como entonces y ahora se dice, y convinieron en formar una comisión para que convenciera al amo de aquellas tierras para que les enviara un rey para imponer orden en el desorden.
El amo, que era sabio y juicioso y por eso era amo, accedió a la petición y provocó un remolino huracanado que hizo volar un tablón de vieja madera hasta el centro del charco.
--“Así se distraerán subiéndose al tablón y tirándose al agua desde ese trampolín”—pensó—y con esa distracción me dejarán tranquilo”.
Pero las ranas se cansaron de que el tablón fuera excesivamente pasivo, porque le daba igual que se subieran encima o se tiraran al agua.
Nueva comisión de emisarios a pedirle al amo otro rey que, además de permitirle subirse y tirarse de él, les diera alicientes que hiciera sus vidas más excitantes.
Consideró justa el amo la petición y les mandó una serpiente que se dedicara a perseguir a toda rana que asomara a la superficie y se la comiera de un bocado.
Como tampoco esa solución les parecía satisfactoria a las ranas, nueva embajada al rey que, ya harto de los problemas que le causaban los problemas de las ranas, despidió de mala manera a los emisarios: “si el problema es vuestro, solucionadlo vosotros”.

Inventó la democracia para la charca de las ranas que, desde entonces y como antes, siguen quejándose y sin solucionar su problema.