miércoles, 30 de marzo de 2016

LOS MAMELUCOS

MAMELUCOS

Aquellos mamelucos a los que el sordo Goya pintó dando sablazos (de verdad, no timándolos) a los insensatos españoles que se pelearon con los franceses porque el emperador francés había comprado lo que el rey de España le había vendido, siguen sableando a España.
Lo que pasa es que ahora no se disfrazan con turbantes, sino descamisándose y huyendo del agua para lavarse como el diablo huye del agua bendita y, en vez de conocerlos como a aquella belicosa tribu de origen turco traída desde Egipto por Napoleón, se llaman podemitas.
Pero ya llevan una temporada dándoles sablazos a los españoles, es decir, timándolos.
Como los afrancesados de la época, cuentan con el respaldo de otros españoles que, por si fuera poco, están además encuadrados en ese Partido Socialista Obrero Español, por añadidura.
Dicen estos nuevos mamelucos y sus secuaces socialistas que el enemigo de verdad de ésta España en permanente peligro de extinción son, cómo no, los españoles que no son como ellos.
¿Y quiénes no son españoles como los españoles socialistas y los amamelucados podemistas”.
Los siete millones largos de votantes que, como prueba evidente de su antiespañolismo, tuvieron la desfachatez el pasado diciembre de votar al Partido Popular, que ni siquiera se llama Partido Popular Español porque no le han añadido la E a su sigla.
Por lo tanto, los mamelucos y sus secuaces socialistas lo tienen claro: como no estaría bien visto que se cargaran a los siete millones y pico de españoles antiespañoles, hay que hacer como si no existieran ahora, ni hayan existido nunca.
Muerte civil, si no es posible muerte biológica. Café de achicoria si no hay café de Colombia.
¿Y con los de Ciudadanos, qué hacemos con los de Ciudadanos?
Esos no son malos ni buenos, ni siquiera regulares de Ceuta. Son como la sábana blanca con agujeros en la capucha que quiere hacerse pasar por fantasmas y, en vez de miedo, dan risa.
Son los de Ciudadanos, si es que de verdad son algo más que una entelequia, el manchón velludo que la Bernarda lleva en su entrepierna.
Así que, como el imprescindible marqués del quiero y no puedo en las juergas flamencas, que se queden calladitos y paguen, mientras socialistas y podemistas le meten mano a la mocita bailaora.


LOCOS

Se decía antiguamente—y si no se decía debería haberse dicho—que, cuando los dioses se proponían acabar con un mortal, empezaban por turbarle la mente.
Pues estos dioses que desde su Olimpo del Palacio de Congresos nos la tienen jurada a los españoles han empezado a dejarnos tarumbas.
Los que los eligieron ya demostraron al elegirlos que eran proclives a la enajenación mental y los diputados electos parecen confabulados para que acaben en el manicomio.
Porque, en el caso improbable de que lleguen algún día a ponerse de acuerdo y los diputados elijan un gobierno que desgobierne España, ¿ese gobierno durará cuatro años o cuatro años menos los meses que los diputados hayan tardado en elegirlo?
Y los diputados electores, ¿cobrarán su sueldo cada mes de los cuatro años por los que los eligieron, o solo desde que empiecen a ganarse el sueldo, al cumplir su tarea principal que es la de elegir gobierno?
¿Sirven para algo los diputados sin gobierno? ¿Sirve para algo un gobierno sin diputados? ¿Qué falta hacen gobierno y diputados? ¿Se puede vivir sin alguno de los dos o sin ninguno de ellos?
En el caso, más que improbable imposible de que un gobierno o un parlamento hayan servido para algo, ¿por qué cambiarlos cada cuatro años, si el que lo sustituya puede que sea peor?
Preguntas con tantas posibles respuestas contradictorias que, necesariamente, desembocarán en la locura, llamada también enajenación mental.
Tanta maldad solo cabe en el que posea la cualidad de lo infinito, los dioses o los diablos.
Como los dioses, por definición, no pueden hacer el mal al hombre porque significaría que reconocen que se equivocaron al hacer lo que hicieron, la democracia que origina esta confusión general debe ser, necesariamente, obra diabólica porque la razón de ser del Diablo es deshacer lo que Dios hizo.