sábado, 2 de abril de 2016

EUSKADI Y NAGASAKI

Se toma el número de los que en ella mueran como medida de la inhumanidad de las guerras.
Falso.
Cada uno de los caídos en combate o por represión contra los vencidos es una misma salvajada repetida.
Y tan culpable de la tragedia de la guerra es la parte que la inicia como la que se defiende porque iniciar la agresión o repelerla tiene la misma consecuencia indeseable: la muerte, una o millones de veces repetida.
Hasta ayer, y por el número de bajas que causó, el bombardeo atómico de Nagasaki parecía la mayor salvajada bélica porque, aunque causara menos de  la mitad de los 166.000 muertos que la de Hiróshima, no tenía ni siquiera la justificación de comprobar los efectos de la nueva arma.
Antes de que la bomba matara a 75.000 de sus habitantes, en Nagasaki vivían unas 250,000  personas. Murió, pues, el 30 por ciento  de sus habitantes, igual número que el de los fusilados en las provincias vascongadas por Franco y sus represores, una vez terminada la guerra civil.
La bomba de Nagasaki mató a casi un tercio de los habitantes de la ciudad y los fusilamientos postbélicos de Franco acabaron con el el 27 por ciento de los 955.764 ciudadanos que vivían en Guipúzcoa, Alava y Vizcaya un año después de terminada la guerra civil.
No puede haber error, interesado o no,  en  los datos de Japón ni de Euskadi.
Los de la bomba de Nagasaki los he tomado de Google, que solo miente cuando no acierta y, los de Euskadi, de un amigo personal y  profesional de la Información que, durante años, se ganó la vida comprobando que eran ciertas las noticias que transmitía la redacción a su cargo.

Así que Franco, sin necesidad de bombas atómicas, era jefe de asesinos más sanguinarios que los que arrojaron sobre Nagasaki la “Fat man”, (El Gordo), nombre que dieron a su matador nuclear.