lunes, 18 de julio de 2016

LA MESA DEL CONGRESO

Ni siquiera en sus momentos más trágicos ha sido España un país serio.
¿A quien sino al Bueno de Guzman se le hubiera ocurrido tirarle un puñal para que asesinaran a su hijo a los moros que le perdían la llave de su fortaleza si quería salvar al muchacho?
¿Y el alcalde de Móstoles, que escribe un bando para que los españoles de aquel tiempo, orgullosamente analfabetos, echaran a los franceses que venian para librarlos de la esclavitud borbónica?
Ahí tienen a los descendientes de los guzmanes de Tartifa y del munícipe de Móstoles (un pueblo que ahora tiene más habitantes que en tiempos de los moros había en toda España), emulando en heroicidad a sus antepasados.
Andan ahora discutiendo sobre quien o quienes se sientan en la Mesa del Congreso en la que, el que tenga taburete, tiene más fácil  acceso a la pringá o el jalufo (jamón y otros suculentos derivados del cochino, con perdón) de cuyas sobras se alimentarán los demás españoles.
Heroica lucha esa de la mesa del congreso, de dimensiones tan épicas como las de matar moros o ser matado por los gabachos.
No se les ha ocurrido que, en vez de pelearse por repartirse las sillas en torno a la mesa del banquete, podrían echarlo a suerte y que, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Que Dios no lo permita porque ese sistema podría aplicarse también a la manera de elegir (que la suerte elija en lugar de los votantes) al presidente de Gobierno.

A lo mejor la suerte es más sabia y más justa que las urnas, y así podríamos librarnos de este coñazo insensato que son las elecciones.