viernes, 19 de agosto de 2016

LAS FERIAS

Esa cosa tan impacientemente esperada y tan lamentada al acabarse, como eran las ferias de los pueblos, también se han ido con el tiempo tempestuoso de la evolución social provocado por el ventilador de la tecnología.
Medio año vivían mis coetáneos de mediados del siglo pasado esperando que llegara la feria y el medio año restante recordando la feria pasada.
Una noche, como la que llegará al ponerse el sol hoy, nadie que no hubiera ido a la feria podría dormir por el ruido que de la feria llegaba, o porque el infernal calor sin aire acondicionado no lo dejaba pasar de un letargo draculino.
Los mozos esperaban las ferias como la ocasión propicia para pretender a las mozas, una maniobra técnica que consistía en atreverse a dejar la compañía de otros mozos con los que caminaba arriba y abajo por el paseo ferial, para ”arrimarse” a alguna de las mozas que, con sus amigas, paseaba en sentido contrario.
Era ese el cómodo sistema al que habían degenerado los prejuicios seculares de una sociedad mojigata, para la que era más importante que la mujer pareciera casta que ser casta.
En aquellos tiempos en los que de lo que no se hablaba no existía y al no existir no había necesidad de preocuparse, las mozas permitían a regañadientes hablar en público con un joven para conocerse vestidos antes de conocerse de verdad desnudos.
Era un camino ceremonial indirecto para lograr un fin idéntico: aparearse para tener descendencia.
Ahora el mundo, hasta en mi Palma del Río innovadora para lo que le conviene a sus habitantes y convencional para lo que no les interesa, ha vuelto al remoto pasado en el que el ser humano tenía tan desarrollado el sentido del olfato que captataba los efluvios corporales de la hembra receptiva y, eludiendo lo obvio, se ponía a la tarea.
Como cuando hombre y mujer no tapaban con ropas sus diferencias corporales, su relación de pareja empieza ahora  aparejándose.

Lo moderno desde los tiempos más antiguos: toda teoría requiere comprobación práctica.