miércoles, 19 de octubre de 2016

NIÑOS TONTOS

El de El Pandero, un barrio de mi pueblo, anda desde hace días patas arriba con cuadrillas de gente removiendo tierra, plantando vallas, levantando plataformas y poniéndolo todo manga por hombro.
“Es que”, me explicó la señora que me describió la frenética actividad repentina en su barrio, normalmente apacible, “el fin de semana celebraremos la fiesta del vecino”.
“Y claro”--asentí convencido—“los vecinos andaréis todos ocupados en preparar la fiesta”.
“No, no, si los que están haciéndolo todo son trabajadores mandados por el Ayuntamiento”.
Se me cayeron los palos del sombrajo y ví por fin claro por qué España es lo que es y por qué el gobierno de los españoles es lo que el gobierno que los españoles votan.
Un gobierno que no solo decida a qué medico tiene que acudir el español cuando esté resfriado, a qué escuela tiene que enviar a sus hijos para que los padres no se preocupen de lo que hagan y los libre de ocuparse de los hijos, que les busque el trabajo que ellos no tienen que preocuparse de buscar y hasta de señalarles los chistes que deben reír en una fiesta.
Un pueblo mantenido deliberadamente en la perpetua minoría de edad, que tenga garantizada la calidad de su alimentación, el fuego y el pan imprescindibles para que sus casas sean sus hogares.
Y todo eso, ¿a cambio de qué?
De darles el voto cada vez que se te convoque a votar, de no intentar decidir por tu cuenta ni siquiera si un perro es mejor que un hombre o es mejor un hombre que un perro.

En definitiva, de aceptar que un ciudadano, en España, no un niño ni un  tonto. Es un niño tonto.