lunes, 24 de octubre de 2016

ANDALUCÍA Y EL FUTURO

Antes incluso de que el hombre anduviera sobre sus dos piernas sin impulsar sus movimientos con la ayuda de sus dos manos, ya intentaba alcanzar esa satisfacción plena que acabó conociéndose por felicidad.
Una de las más habituales maneras de  descubrir si un hombre es o no feliz es la expresión de su rostro: si ríe es feliz; si en vez de reír llora, es desgraciado.
La cara, el espejo del alma.
Basta escrutar la expresión de la cara de un individuo o individua para  hacer un diagnóstico certero sobre su estado de ánimo: si ríe es feliz; si no lo hace, desgraciado.
Y como los pueblos son la síntesis de los individuos que los integran, el pueblo andaluz es necesariamente un pueblo feliz.
Si alguien lo duda tiene la oportunidad de comprobarlo.
No tiene que hacer más que el movimiento instintivo que, a fuerza de repetirlo, se ha hecho definitorio del comportamiento humano: pulsar el botón de encendido del mando a distancia de su televisor.
Si tiene la habilidad y la fortuna de sintonizar el canal de la televisión que el PSOE tiene en Andalucía comprobará que el andaluz es feliz porque la televisión refleja el mundo como el que maneje la televisión quiere que sea, no como el mundo es.
Y la televisión andaluza, desde que Dios amanece hasta que a altas horas de la madrugada se acuesta, el mundo que propone para sus espectadores es una sucesión ininterrumpida de los síntomas de la felicidad: la risa y el cante.
Cuentachistes que interpretan las ocurrencias y gracias de otros y cantaoras o cantaores uniformados a la manera antigua, porque cualquiera tiempo pasado fue mejor, que recrean con sus voces los viejos cantes de sinagoga o los sonoros alaridos del muecín.

Es la alegría de la televisión de Andalucía una alegría de los crueles tiempos de la antigüedad que la nostalgia del pasado propone como ansiada meta para un incierto futuro.