miércoles, 26 de octubre de 2016

LAS CLASES



Ahora ha pasado de moda pero hasta hace poco se la invocaba como el vínculo que mantenía atados a sus vecinos como la soga a los condenados de las cuerdas de presos.
Ya no hay cuerdas de presos que a troche y moche sean conducidos por sayones feroces por los llanos desiertos de la antiguamente seca España.
Y es que lo que antes distinguía a los buenos vigilantes de los perversos cautivos ya no es  hacer cumplir las leyes de los primeros y la contumacia en violarlas de los segundos.
Ahora es la clase social en la que cada cual se sienta encuadrado la frontera entre buenos y malos.
Y los malos de entonces, los presos, han pasado a ser los buenos de ahora: los que por su clase social proletaria sean víctimas de la explotación a la que los sometan los ricos.
¿Y si alguno de los antes explotados se desclasa porque junta dinero o le toca la lotería?
Pierde automáticamente su condición de pobre y, al adquirir la de rico, pasa de explotado a explotador.
Y sigue siendo explotado aunque, para resarcirse de cualquier contratiempo, se pague un viaje en avión por medio mundo para impregnarse del olor de la riqueza en California, aquella tierra de míticas ensoñaciones medievales que ahora ansían los que, teniendo más dinero que Midas, interpretan de vez en cuando papeles de miserables.
Y es que las cosas son como son y no como se predican: los de la casta sometida aspiran a que se les encuadre en la clase dominadora y los de la clase opulenta se empeñan en seguir en ella, aunque tengan que explotar a los que menos tienen.
Como antes de que se inventara la martingala de la lucha de clases. La cuestión es “tener o no terner” o, dicho en gringo, “to have or to have not “.