Esa entrevista
de Jordi Évole a Pedro Sánchez en “Salvados” me hizo evocar aquellas
confesiones sacramentales en las que, al admitir ante el confesor el pecado
cometido, el interés fundamental del penitente era justificar su conducta.
En varias ocasiones
de esa entrevista, el entrevistado asumió su culpa en acontecimientos que
desembocaron en su dimisión como secretario general del PSOE, pero flotaba
sobre las cabezas de entrevistado y entrevistador el halo turbio de la responsabilidad de los
que indujeron a pecar a Sánchez.
Como la
conjura judeomasónica contra Franco, el complót financieroperiodístico tuvo la
culpa de que Sánchez se viera en la calle, privado del amparo de la secretaría
general socialista.
Hay que
reconocer la incauta ingenuidad de Sánchez, que creía tanto en los que le
bailaban el agua al principio de su secretariato que ni se percató de que el
mismo periódico que lo halagaba podría más tarde ver negro lo que antes había
visto blanco.
Confesión la
de Sánchez ante Évole que, si pretendía la absolución de sus culpas, es
imposible que la consiga porque en ningún momento insinuó siquiera su propósito de enmienda.
¿Qué tendría
que enmendar de su conducta anterior Pedro Sánchez, si los pecadores fueron otros?