miércoles, 2 de noviembre de 2016

LAS REVÁLIDAS



Uno, que en sus días de hace más de medio siglo las superó, recuerda las reválidas como unos exámenes especiales porque un tribunal distinto del maestro que decidía si pasabas o no de curso tenía capacidad para juzgar si merecías  pasar de un ciclo a otro superior.
Es decir: en los exámenes de fin de curso era tu maestro el que decidía si estabas o no preparado para pasar al curso siguiente.
En las reválidas se evaluaba si el maestro había enseñado al alumno con la eficacia requerida, durante los dos o cuatro cursos anteriores.
En definitiva, las reválidas tasaban a alumno y maestro mientras que en los exámenes de fin de curso el maestro calificaba tanto su propia labor pedagógica como la aptitud del alumno.
Para la casi totalidad de los alumnos y sus padres, cuya preocupación inmediata pero equivocada es pasar de curso, las reválidas son un obstáculo que establecía la diferencia entre alumnos aplicados y los que no lo habían sido.
La reválida es, ni más ni menos, una prueba enjuiciada por neutrales que deciden si el maestro y su alumno,(tanto uno como el otro) impartieron o asimilaron los conocimientos requeridos para hacer frente a otros más complejos.
Y ese es el gran debate que se esconde tras la algarabía de las reválidas: si todos los alumnos son tan iguales entre sí como los maestros son iguales entre ellos.
Como desde hace unas décadas, se ha optado por la igualdad, pero igualando por abajo, no por arriba.
Cosas de España y de lo que aquí se llama educación y no instrucción académica, porque la primera se adquiere en la casa de cada uno y la imparten sus padres y la segunda en las escuelas.