La presión
(casi tiranía) social del antitabaquismo tiene la culpa de que a Mariano Rajoy
se le haya agriado el carácter, tan apacible y pastueño cuando exhalaba el
aromático humo de sus puros monumentales, y su sinvivir lo vamos a pagar todos.
En primavera,
si los progresistas que no lo dejan fumar
tampoco lo dejan aprobar sus presupuestos, habrá elecciones.
Y es que ganar
elecciones es, para Mariano Rajoy, un placer sucedáneo al gusto que lo nirvana cuando,
fumando, espera tras los cristales de los alegres ventanales de La Moncloa a
que los españoles hagan lo que les mande.
¿Que el
contubernio de la oposición se empecina en que no están claras las cuentas
presupuestarias que les pida que aprueben? Después de unas nuevas elecciones
perdidas lo harán.
Y como los de
la oposición están doblemente deprimidos porque todas las elecciones las
pierden porque las gana Rajoy, aprobarán sus cuentas como Fernando de Aragón
aprobó las del Gran Capitán.
Y, desde los
apacibles Ciudadanos a la derecha, a los más enrabietados podemitas a la
izquierda, todos le temen más a unas
elecciones contra Rajoy que a una inundación después de una riada.
Se van a
enterar estos demócratas que ya empiezan a convencerse de que no todos sus
problemas los resuelven las elecciones, sino las elecciones que ganen si es que
alguna vez las ganan.
Y como nunca
las ganan porque los derrota Mariano Rajoy, a Rajoy le aprobarán los
presupuestos o lo que haga falta, con tal de que no se cabree y los vuelva a
convocar a las urnas.