Nunca es demasiado
tarde para saber lo que hasta entonces se había ignorado por muy a la vista que
lo hayamos tenido.
Por ejemplo, Pedro
Sánchez, ese personaje que tan familiar se nos hizo porque sabía lo que quería
pero ignoraba cómo conseguirlo va a resultarnos, además de patético,
peripatético.
Su patetismo lo
evidenciaba el padecimiento moral que reflejaba su obsesiva pasión por el
poder, por sacudirse las cadenas de la esclavitud para empuñar el látigo de
capataz.
Y ahora, el Pedro
Sánchez en que se ha transmutado el nuevo nos ha resultado peripatético aunque
no en el sentido que se aplicaba a las enseñanzas del filósofo, sino por la
forma en la que Aristóteles las impartía, paseando.
¿Qué busca y no
encuentra el que hasta hace poco parecía tan seguro de saber lo que quería y
cómo conseguirlo?
Puede que, como la
lima del tiempo suaviza las rugosidades del metal, los intentos fallidos por
encontrar su alegría y su persona en las borrascosas aguas del poder lo hayan
inducido a buscar lo que busca en otras tierras, en otros paisajes limitados
por otros horizontes.
Por eso,
seguramente, el alma en pena que se esconde dentro del cuerpo de Pedro Sánchez
quiera librarse de su patetismo dedicándose al peripatetismo, andar por andar
siempre sin parar y en círculos concéntricos, para no tener que pensar.
Que caminar y
pensar simultáneamente solo lo consiguen los pocos sabios que en el mundo han
sido.