En éste
engorroso menester que es la vida, ¿conviene ser camarón, al que se lleva la
corriente si no nada, o no hacer nada y resistir tozudamente hasta que se canse el que se empeñe en que te
muevas?
Esa es una
incógnita que cada cual tiene que despejar a su manera porque la respuesta es
personal, intransferible y, además, de caducidad instantánea porque lo que en
un momento anterior parece blanco, en el siguiente es tan negro como el
porvenir del desahuciado.
La comodidad,
indispensable para el que viva la vida saboreándola con la unción de un
sibarita, desaconseja las prisas porque la angustia del disfrute elimina el
gozo.
La resistencia
activa a la acción precipitada es la norma de conducta del que sabe vivir la
vida como la vida venga, no como la ambición te aconseja para que te apresures a
conseguirla.
Y grandes
pensadores de reconocido prestigio internacional coinciden: Camilo José Cela le
dijo al Rey Juan Carlos en 1987 que el que resiste gana y el mayor elogio que
se le ocurrió a Angela Merkel cuando ayer saludó a Mariano Rajoy fue su piel de
elefante, que acabó sobreponiéndose a las picaduras de insecto de sus
adversarios.
El deslenguado
refranero popular español sentencia que “el que buen carajo tiene, seguro va y
seguro viene”.
Así que la
pasiva aceptación de lo bueno que la vida ofrezca es preferible a la frenética
búsqueda de lo que los demás dicen que es la felicidad, que desconocen porque
siguen tan empeñados en encontrarla que,
cuando sean medianamente felices, siguen insatisfechos porque no son todo lo
felices a que su ambición los empuja.
La felicidad es,
como el sabio descubrió, saber alimentarse con las hierbas que otro menos sabio
por más ambicioso, despreció.