Esto de los
aniversarios, como el de la muerte del Caudillo de la que hoy se cumplen nada
menos que 41 años, deberían de
suprimirlo.
Y no porque a
los que vivimos su muerte nos de por comparar el entonces con el ahora y
descubramos que, informática más o menos, aquí seguimos tan descontentos ahora
como entonces.
Y,
subjetivamente, peor.
Y no porque
esta famosa democracia que ahora nos tiraniza no haya sido lo que los que entonces
la desconocían ahora la conozcan demasiado bien, ni porque aquellas ambiciones
cortesanas hayan evolucionado a descontento generalizado.
Simplemente,
porque con cuarenta y un años más, el gris que antes te parecía blanquecino
ahora descubres que es casi negro.
Es esa una
manera egoista y antidemocrática de enjuiciar la vida que gira en torno de uno,
pero uno no puede evitar ser como es y no como los otros quieren
interesadamente que seas.
Y ¿cómo va a
pensar uno de otra manera si eso de que somos todos iguales le parece una
engañifa para olvidar el descontento propio y consolarse con el bienestar
ajeno?
¿Cómo puede un
viejo egoista maleducado en la creencia de que el mundo gira a su alrededor
reducirse a la nimiedad de los protones y neutrones, meros comparsas del núcleo
atómico?
Así que,
resumiendo, eso de dictaduras o democracias, del estado como herramienta de la
sociedad y de la sociedad de individuos como soporte del Estado es una filfa,
un engañabobos.
El hombre es
un ente autónomo, que se relaciona con otros entes autònomos humanos en
proporción directa con la sangre que comparta con los de su casta.
Y lo demás son
aullidos de lobo en noche de plenilunio.